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Mostrando entradas de febrero, 2021

Madre y los nietos

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De niña, madre veraneaba en Tejeda, un pueblecito blanco incrustado entre laderas y barrancos verdes llenos de piedras, bancales, y árboles frutales, que en derredor forman una inmensa caldera. Cada año venía de Artenara, otro pueblecito blanco que mira al cielo, éste sí incrustado en pura roca, en un pequeño páramo de las alturas, en la cumbre de la isla. Todos los años hacía aquel recorrido, solo siete kilómetros a su destino veraniego, viajando en bestias -burros o caballos- y, en ciertos momentos, andando los senderos que la humanidad había abierto en su trasiego de necesidades. Desde las montañas altas bajaba hacia el sur, disfrutando los pequeños valles, las mesetas y huertas, los cercados minúsculos que regalaba el paraje escabroso de aquellas cumbres. Las vistas majestuosas de esa cuenca de montañas y laderas no han cambiado mucho. Ni siquiera el efecto lumínico del impacto del sol contra aquella naturaleza, que hace rebotar haces de luz como puntos que estallan en el aire. En