Guerra, de Tejeda


Si ha oído hablar de los Guerra, de Tejeda, debe saber que su asentamiento principal estaba en La Culata, un caserío cercano al pueblo, entremetido en los sublimes barrancales bajo los roques, desde donde se puede ver el pinar de Tamadaba, y al fondo, la montaña del Teide, si se mira hacia el noroeste. Desde tiempo atrás fue el lugar de los Guerra, al menos desde que en 1783 se casara José Antonio Guerra con María del Socorro Suarez. Si aquel provenía de Teror y del comercio de las ovejas y la lana, ella aportará a la familia las tierras y propiedades de la cumbre. Este primer Guerra murió en La Culata, señalando así el destino irrevocable del apellido en el pueblo de Tejeda. Y tuvieron muchísimos hijos como era de esperar de un matrimonio católico, devoto, de costumbres tradicionales. Sus nombres fueron José Antonio, Francisca de San José, Rafaela de Santa Gertrudis, Alonso, Micaela, Isabel, Bernardina de Sena, Josefa, y María Gertrudis. Nombres que parecen sacados de las cavilaciones íntimas en el templo, o de los consejos siempre preciados de los sacerdotes, o del mismo santoral directamente. De todos ellos salieron un presbítero y tres monjas ordenadas, lo que dice mucho del amor a Dios y a la Iglesia de esta familia tan singular. Y las tres últimas mujeres nombradas serán las que protagonicen la reproducción de los Guerra de Tejeda, a sumar también el varón Alonso, de oficio militar y comerciante, como su padre y tantos otros miembros de este linaje hasta nuestros días. Dos de aquellas mujeres aportaron la sangre, Bernardina de Sena y Josefa, y la tercera, María Gertrudis, los bienes. Entre las tres urdieron la concentración de heredades para garantizar que la sangre de los Guerra perviviera por tiempo. Sobre María Gertrudis había legado su hermano el presbítero todos sus bienes, derechos, dineros y propiedades, que no fueron pocos. Pero quedó soltera y sin descendientes, quizá por esa tendencia monacal que pesaba en la estirpe. Tras su muerte, o lo que es lo mismo, a su regreso de la vida, dejó en herencia todo aquel patrimonio al sobrino José Domingo Guerra y Guerra, hijo de su hermana Bernardina de Sena. Y el muchacho vino a casarse con una prima, Josefa María Marrero Guerra, hija de su otra hermana, Josefa. Algo normal en la búsqueda de la concentración y el agrandamiento de las posesiones de tierra, los primos se unían en santo matrimonio con la correspondiente dispensa eclesiástica. Pues bien, aquella pareja de primos hermanos, José Domingo y Josefa, casados hacia la mitad del siglo XIX, vendrían a ser los padres de Francisco Guerra Marrero, mi abuelo, que tuvo por hermanos a María Jesús, Miguel, Gertrudis y José.

La casa donde nacieron todos ellos, de sucesión ancestral, está en el sitio que llaman Juan Gómez. La casa que se asomaba a las fincas de frutales, y que miraba al pueblo, aunque no se viera. Sí, allí donde llaman Juan Gómez está el lugar de Las Casas, un conjunto de vivienda, balcones de madera, cuartos de apero, patio de piedra, y algún corral, todo rozando el barranco que acaba en el pueblo de Tejeda. Desde allí, en ese punto suspendido donde el lugar de Las Casas parece flotar, desde allí se aprecia en una misma panorámica el Roque El Fraile, el Roque Nublo, el Roque Bentayga, y al fondo, el Pinar de Tamadaba antecediendo al pico del Teide. Son los “roques enhiestos” que definiera Miguel de Unamuno y Jugo cuando los vislumbró. Con un cielo azul eléctrico, bíblico y limpio, las vistas del día son motivantes, los árboles, los cercadillos, las cañas del barranco piden que los abracen. Los almendreros, las higueras que brillan con un verde liso, parejo ¾como de charol¾, y sus troncos entreverados con esas hojas grandes que dan una sombra única, un frescor perfumado de olor dulce, una sensación de paraíso que agradecen los pulmones y las feromonas de la felicidad.


El clan de los Guerra de Tejeda tiene una constelación particular de nombres propios que orbitan a su alrededor. Es una costumbre de las familias extensas y ligadas al campo, donde los vínculos no solo se llevan en la sangre, también en los nombres. Así no se olvida nunca a quién se debe recordar, y a quién se le profesa amor y afecto. José y Domingo están en la primera línea, son nombres de muy atrás. Pero también están Francisco, Miguel, Manuel y Heriberto; y para las mujeres: Josefa, Dolores, María, Isabel, Gertrudis y Concepción. Y de esta constelación surgen las formas cariñosas de llamar a los otros: Mingo, Pancho, Pepín, Manolo, Berto, Pepita, Tula, Bela, Fefa, Conchita.

De ese mismo tronco de los Guerra de Tejeda salió un escritor singular, sin parangón en el análisis del habla de Canarias. Un trabajo largo y minucioso de etnolingüística convirtió a Pancho Guerra Navarro en un científico de las letras, al que tanto se le debe. Alma inquieta, ¿de dónde mejor que de los pueblos del interior ¾como Tunte, Tejeda o San Mateo¾ iba a explorar y rebuscar las formas del habla? Una característica innegable del pariente escritor es su abnegación por el habla del pueblo, lo que le llevó a estudiar el léxico de Gran Canaria. Es una tendencia arraigada en la saga familiar, desde el respeto a los débiles hasta ayudar a los pobres, pasando por ese interés por las cosas de la clase popular.

El clan de los Guerra de Tejeda instituyó la acción de gracias para el Arcángel San Miguel, debido a que, en alguna epidemia desoladora, la familia Guerra salvó la vida, y eludió la enfermedad. Por decenios e incluso siglos, se mantuvo una férrea devoción al santo. Su culto fue inamovible, si no rayano en lo obsesivo, ya que muchos miembros de la extensa familia adquirieron el nombre del santo; en las casas de las distintas ramas parentales colgaban cuadros alegóricos, y en los cajones privados de las habitaciones descansaban estampitas del mensajero divino. Pudiera ser que la devoción viniera del origen remoto de los Guerra de Teror, ya que tenían por oficio Tenientes de Milicia, y ya se sabe que el Arcángel San Miguel, según la Biblia, es el Jefe de las Milicias Celestiales. En la familia surgen algunos Tenientes, de hecho, mi tatarabuelo y su padre tuvieron esta profesión. Y más recientes, mis tíos José y Pelayo Guerra Bertrana, los aviadores.

En la familia se instituyó así que cada año y por siempre, el último domingo de septiembre, se celebraran fiestas en Tejeda para alzar la figura de San Miguel. Según cuenta la cronista de este pueblo, Serafina Suárez García, y corrobora el estudioso Ildefonso Guerra Cabrera ¾perteneciente al mismo clan familiar que se viene relatando¾ José Antonio Guerra Suárez, presbítero y capellán del Hospital de San Martín, dedicó él y su hermano, Alonso Guerra Suárez, recursos propios, ambos por su parte, a la reconstrucción de la iglesia de Tejeda, allá por el año 1820. Un tiempo antes, el presbítero había encargado al escultor José Luján Pérez el talle de una estatua de San Miguel, que estuvo en aquel templo hasta su deflagración en 1920, junto a otras obras de arte y elementos del culto eclesiástico.

Mi tío tatarabuelo sacerdote escogió la figura del Arcángel San Miguel, ya que este santo, desde siglos atrás, representaba la salvación de las almas en el purgatorio. Era una tradición de culto muy extendida en España y en los otros pueblos de las Islas Canarias que San Miguel ejerciera de juez de las ánimas del purgatorio, por eso lleva una balanza y una espada. Con su espada guerrera, ataca a Satanás y otros monstruos malignos que pretenden alterar la purgación de los pecados que aún le quedan a la persona en trance hacia el más allá. Y con la balanza, el santo mide las obras buenas y malas realizadas por el ser mortal, para determinar su acceso a la gloria eterna en el reino de los cielos, o su pase al infierno. Para obtener una sentencia definitiva y salomónica, pero beneficiosa, ayudaba que el ser mortal encargara misas en su memoria, y las dejara pagadas en dinero contante, o en su defecto, en propiedades u otros recursos, duraderos o perecederos, según tuviera. Las cofradías de ánimas también pretendían ayudar con sus rezos y responsos a la salvación de los difuntos que no tuvieran recursos materiales, enfermos enajenados, o personas desarraigadas que vinieren de otros lugares. Todos merecían purgar las almas, si las obras hechas en esta vida, las buenas y malas, tuvieran cierto equilibrio.

Por eso los Guerra, de Tejeda, fueron ayudantes extremos de los débiles y desposeídos. De todos ellos, algunos de sus miembros llegaron a cumplir hasta los cien años, por todas las limosnas, misas, entregas a la Iglesia, ayuda en los centros de cuidado, y ejercicios espirituales que practicaron. A cambio de esas prestaciones socio-religiosas, Dios les otorgó más tiempo de vida, y casi no tuvieron que permanecer siquiera días de evaluación en el purgatorio. Una de esas personas ha sido mi madre, Concha Guerra Bertrana, todavía viva. Su abuelo José Domingo Guerra y Guerra se aseguró que la gracia de Dios se mantuviera sobre las ánimas de los difuntos de la familia, y si fuera necesario, socorriera las almas desprovistas de los pobres, para lo que destinó una parcela de terreno productivo a la exclusiva financiación de la acción de gracias por San Miguel, que se celebraría cada 29 de septiembre de todos los años, hasta el fin de los tiempos. El clan de los Guerra prosiguió la tradición, de forma que el último domingo de septiembre, en la iglesia de Tejeda se reza misa, se habla con los fallecidos en la intimidad, se saca el trono, se queman voladores a su paso, se cantan alabanzas y Te Deum, y, finalmente, se comparte comida, bebida y fiesta, por los miembros vivos de ascendencia Guerra.

Comentarios

  1. Fabuloso, súper documentado, que trabajo! Felicidades! Sigue dando Guerra

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  2. Que buen artículo Aniano me encanta. Ya se porque te pusieron
    ANIANO GERTRUDIS

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    1. Pues ya ves, no solo Aniano, también Gertrudis, imagina que desfase, como dicen ahora...

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  3. Tremendamente interesante. Muchas gracias de parte de una Guerra de Tejeda

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  4. Enhorabuena Aniano por esa magnífica reconstrucción histórica de nuestra familia sus vínculos y vicisitudes. Un abrazo

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    1. Gracias primo, hay mucho que rebuscar y hablar, para seguir disfrutando.

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  5. Trabajo estupendo y necesario, para que las nuevas generaciones de la familia, conozcan sys rauces y ancestros. Felicidades y un abeazo.

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    1. Muchas gracias a tí, y sí, son los que vienen los que deben conocer sus antecedentes, porque como está cambiando el mundo, se olvidarán de todos nosotros.

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  6. El cantante dominicano de merengue Juan Luis Guerra es de ascendencia canaria. Nos lo dijo el en una ocasión en que vino a actuar a Gran Canaria. ¿Sabes si es familia de Vds.? Saludos y enhorabuena por el blog.

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    1. Es una buena pregunta Antonio, habría que estudiarlo. Lo cierto es que todos los Guerra de la isla, en un momento dado, tuvieron que salir del mismo tronco, así que Juan Luis es como un primo...y además me encanta su música.

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  7. Aunque lo he leído tarde,me ha encantado,soy de Tejeda y mi padre Román Cabrera Bertrana nos lo había contado..claro!! Leerlo es más sereno,lo recuerdas con agrado y revives vivencias...
    Me imagino que eres Aniano Hernández Guerra...
    Pues el artículo llegó a mi por casualidad,indagando...una compañera de trabajo me dijo: mi bisabuela era de Tejeda"...tirando del hilo...me quedé encantada con tu relato...
    Al fin y al cabo somos " parientes en tercer o cuarto grado" vete tú a saber.
    A seguir!

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