Guasón
El
líder carismático de Corea del Norte, Kim Jong-un, tiene un misil
intercontinental, probado ya, cuyo nombre “Hwasong-15”, no debe ser motivo de
guasa. El único despreocupado de esta amenaza es el otro guasón, el líder
carismático de Estados Unidos. De hecho, ambos líderes se han reunido varias
veces, y el presidente rubio, con su estilo de bufón cortesano, ha declarado
que Kim Jong-un es un buen chaval. A primera vista tienen muchas afinidades,
ambos son marciales, de aspecto graso, por no decir gordos, utilizan abrigos de
cuerpo entero, claro que al coreano no le resulta estético, por ese físico orondo
que lo domina. Al americano el abrigo mejor, más alto, pero no deja de ser una
pieza inquietante emblemática de poder carismático. (Fíjense en la poca cosa
que era Hitler, y cómo le quedaba el abrigo largo de cuero negro. Parecía un
Dios, salvador y guerrero. Vamos, un héroe, casi un mito. O sea que el abrigo
de cuerpo entero es un símbolo poderoso). Otra afinidad entre el guasón
asiático y el norteamericano es que ambos se ríen del mundo. El presidente
rubio que le quedan dos afeitadas es un niño presidente, uno que hace
maravillas en los programas de entretenimiento de la televisión. Una pantomima
que gobierna a golpe de gracias, que ha resultado inútil. Lo único que parece
cierto es que se lo ha pasado bien, con su lenguaje televisivo y sus tonterías.
El guasón coreano también se ríe, pero cuida su imagen, porque su público
subordinado, esos millones de gentes que solo se ven en las calles y en los
recintos cuando hay desfiles de “Hwasong-15” o cuando Kim Jong-un arenga a sus
funcionarios y a sus masas, digo, también se ríe, pero su liderazgo se
construye sobre el lloro, la histeria emocional, las lágrimas batientes de toda
esa gente muerta de miedo, de sufrimiento y de hambre. ¿Cómo va a reírse en
público el guasón coreano? Tiene que disimular entre tanto llorica.
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